Ozu, el misterio de lo cotidiano

Es cierto que, en las últimas dos décadas, algunas compuertas se abrieron y, por fin, los films del realizador japonés Yasujiro Ozu pueden verse con cierta frecuencia en ciclos e incluso en ediciones digitales. De todos modos, al lado de su compatriota Akira Kurosawa, tanto Ozu como su discípulo Kenji Mizoguchi resultan casi una nota al pie para los estudiantes de cine o los cinéfilos más acérrimos. Es una lástima, porque tal devoción, totalmente justificada por otra parte, genera cierto distanciamiento. No se subraya lo suficiente que Ozu fue, sobre todo, un cineasta popular cuyas historias transcurrían entre el melodrama y la comedia de costumbres entre personajes de la clase media japonesa, especialmente en esa clase media que tuvo que hacer la transición de la posguerra, aunque su carrera había comenzado mucho antes de la Segunda Guerra Mundial.

Se subraya también que era -esta definición se la debemos al director, guionista pero primero crítico de cine Paul Schrader- un cineasta de lo trascendente. Es decir: detrás de sus rigurosas historias de familia, había una idea de algo superior, metafísico, a lo que el universo de sus imágenes apuntaba. Como otros grandes maestros dedicados a entender el mundo y sus contradicciones (Ford, por ejemplo, o Bergman, incluso), movía poco la cámara y sistematizó un tipo de plano “a ras del piso” (congruente con la arquitectura japonesa del tatami) que otorga a sus imágenes una doble perspectiva de familiaridad y extrañeza. Elegimos cuatro películas de su obra que representan perfectamente estilo, ideas y tonos de un genio (no es exagerado el término) que lograba esas raras películas que emocionaban inmediatamente y luego vivían para siempre en la memoria mucho más allá de sus tramas.

La entrada es libre y gratuita para residentes argentinos. Reservas en Entradas BA. Sujeto a capacidad de sala.