El cine estadounidense, el cine americano, el cine en sí podría resumirse en un solo nombre: John Ford. Es el cineasta que creó un tono y una forma para contar el intento de una utopía que finalmente no fue. Para la mayoría, es sólo el realizador que inventó el western. Falso en dos sentidos: no lo inventó -pero lo perfeccionó como género y como forma-, e hizo mucho más que westerns. De hecho, del más de medio centenar de películas realizadas en el período sonoro, apenas una docena -con buena voluntad- puede considerarse “westerns” en el sentido estricto: el de las ficciones históricas que narran la conquista del Oeste estadounidense después de la Guerra de Secesión. Esta pequeña selección (cualquier conjunto de películas de Ford menor a las treinta es “pequeña”, dada la enormen cantidad de clásicos que incluye su obra) muestra sobre todo el paisaje de formación de los Estados Unidos, desde su última obra maestra muda -el perfecto melodrama histórico El Caballo de Hierro sobre el desarrollo del ferrocarril y la civilización en ese país- hasta Un tiro en la noche, western, sí, pero también una de las películas políticas más perfectas de la historia (y mucho más, además, que eso). Es interesante pensar, de paso, que a Ford lo que más le gustaba era la comedia, y la incluía hasta en sus dramas más agudos. No como algo forzado, sino como la prueba de que existe un equilibrio ante la tragedia, que los dramas humanos requieren la perspectiva del tiempo.
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