El primero de los cuatro Oscar de Ford (curiosamente, no ganó ninguno por sus westerns) fue por este film que narra la historia de una traición en la Irlanda de la guerra civil. Es de esas películas cuya simplicidad esconde múltiples sentidos y provoca muchas ideas. Hay un hombre desgraciado, simpático, alcohólico (el perfecto Victor McLaglen, cómplice de Ford por décadas) que quiere una mejor vida para él y su novia, una chica obligada a la prostitución. Hay otro hombre que huye y es su amigo; hay un botín y una traición. Lo que sigue es tanto un camino hacia la redención como una caída definitiva y esa curiosidad -que suele pasar inadvertida a la crítica, que tiende a despreciar esta película que sí le gustaba mucho a Jorge Luis Borges- es la que otorga una gran riqueza a la historia. También el recorrido por la Dublin nocturna y la duplicidad moral de los miembros del IRA. La simpatía que despierta el protagonista contrasta con lo aborrecible de su crimen, pero al mismo tiempo el espectador tiende a comprenderlo (algo que de algún modo queda registrado en la secuencia final). El delator es, sin dudas, mucho mejor de lo que suelen decir las enciclopedias.
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