No hay una película igual. Es cierto, es desprolija, pero nadie nunca filmó una historia de espionaje en la que el superagente pop no es un tipo de armas tomar sino un psicoanalista contratado por el presidente de los EE.UU. porque éste se ha vuelto paranoico. Ni lo hizo con un tipo duro como James Coburn, que aquí directamente se ríe de todo. La película, que solía repetirse sin contexto en muchos canales de la televisión abierta de los setenta y ochenta, es un delirio pop que, de todos modos, narra algo profético: que el auténtico villano es una tecnología que permite a los humanos comunicarse de modo inalámbrico todo el maldito tiempo. Por momentos desconcertante (vemos huír al héroe a una comunidad hippie), es una locura que vale la pena ver hoy. Sí, hoy.
Entrada sin cargo para argentinos y residentes. Reservas en Entradas BA. Sujeto a capacidad de sala.
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